Me vi a través de la ventana de mi
casa. Salía de aquella panadería
masticando pan francés. Se perdía en aquella esquina y desde ese momento
aquella esquina adquirió para mí un gran valor. Salí de mi casa para seguirme.
Empecé a caminar rápido no fuera a suceder que me perdiera y frustrado por eso
me devolviera a la casa. Pero nada de eso sucedió, allí estaba yo, comprando un
Piel roja y llamando por celular. Me
quede paralizado, a lo lejos, contemplando mi estampa. La verdad es que no
tenía interés alguno por seguir a aquel sujeto, de cualquier modo eso era
preferible a quedarme solo y aburrido en casa. Se dirigió al paradero y con un
gesto meditabundo miraba a lo lejos, buscando posiblemente un refugio a su
mirada. Se puso unos audífonos en las orejas y así quedo, clavado en el
asfalto, hipnotizado, tarareando unas canciones de seguro conocidas por mí. A
veces subía la cabeza, subía las cejas y sus ojos casi absortos olfateaban el
cielo. De seguro presentía que algo o alguien
lo observaba. Yo no me preocupaba por sus cautelosas miradas pues me hallaba
bien escondido. Subió al bus que lo llevaba a la universidad. Vi como se
alejaba ese bus y opte por esperar el otro bus que hacia el mismo recorrido. De
manera inconsciente imite sus movimientos.
Miraba, meditabundo, a lo lejos. Me sentí hipnotizado, me clavaba
levemente en el asfalto, me puse unos audífonos y de repente sobrevino esa
asquerosa sensación de ser cruelmente observado. Mi paranoia se sobresalto y
para evitar que me sobrecogiese la desesperación tarareaba la música…ta… tan tan… tarara. Ya
alzaba la mano para que parase el bus… Recordé cual era la misión: perseguirme
hasta que acabara el día.
En múltiples ocasiones fui testigo de mi yo: en protestas, marchas, en bares donde
usualmente era un extraño, en conciertos, pero el día de hoy fue cuando me
pregunte ¿dónde vivirá, a qué se dedicará, que pensará, que sentirá en soledad?
Me recosté contra la ventana y me deshice entre las sabanas de las pesadillas. Pasó
de repente el sonido de una ambulancia que deambulaba entre gemidos
estrambóticos, parecían gritos de terror. Desperté y presentía que estaba a
punto de llegar. Dieron las cinco en mi reloj y tenia un deseo insaciable de
verme nuevamente. Nunca antes esta obsesión se hallaba dentro de mí ¿qué
acontecimiento, que fatal circunstancia me llevo a esto? Baje del bus y fui a
recorrer la universidad. Allá estaba, sentado, despeinado, con la mirada
perdida, nada lo rodeaba, a no ser ese piso, esas paredes, esos frágiles arboles
que querían apuñalarlo. En efecto una hoja que se lanzaba de la cima del árbol cayó
sobre su oreja delicadamente, como un baile mortal, y aquella oreja se
desprendió de la cabeza. El suelo lo absorbía paulatinamente y le quebraba poco
a poco los huesos de las piernas. Las paredes que junto a él se hallaban se
desplomaban sobre él, conformando así un espectáculo que sólo me producía
deleite. Acto seguido me recuesto y siento como caen mis orejas, como se rompen
mis piernas, como todo un edificio me aplasta. Y esto no le ocurrió solamente a
él y a mí, pues el tipo que me seguía tuvo una muerte similar. Y el que seguía
a aquel tipo murió en las mismas condiciones, y el que perseguía a éste de
igual modo, y así ocurrió durante mucho tiempo hasta que desperté y opte por no
seguirme.
Andrés Acosta
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