Segunda parte acerca de Hegel. Apariencia y Verdad

Es así que, siguiendo con la crítica anterior, lo más fácil, puesto que tan sólo se requiere la apariencia de la seriedad y del esfuerzo, es el citar autores por doquier, proponiendo finalidades sin sentido, llevados por el ideal del deber ser. Analicémonos, no de manera inmediata, sino con relación al proceso orgánico e inorgánico. 

Hegel nos lleva al sendero en el cual se manifiestan las contraposiciones que en dicho concepto de la verdad se hallan. La apariencia y la verdad: podríamos decir que dichos conceptos guardan entre sí una contraposición fundamental que hallamos al analizar la naturaleza misma de la cosa. Considerando que de esta manera se define el objeto de estudio de cualquier tipo de obra filosófica. Vemos que resulta superfluo, inadecuado y contraproducente, el anteponer, según bajo los parámetros de una costumbre establecida, a manera de prólogo, una explicación de la finalidad que el autor se propone en ella, una explicación de sus motivos y de las relaciones que su estudio guarda con otros anteriores o coetáneos. Estos serían los momentos que en su conjunto representarían[1] la primera apariencia que surge a la hora de analizar el objeto en cuestión. ¿De qué manera refutar dicha apariencia? Hegel nos señala en este caso la necesidad de establecer, por el contrario, una indicación histórica. Una indicación histórica, que para nosotros se convierte en el motor clave de la elaboración científica, con respecto a 1. La tendencia. 2. Al punto de vista 3. Al contenido general 4. A los resultados; de esta manera, en su conjunto, la indicación histórica representa un conjunto de afirmaciones acerca de la  verdad. Notemos que esta indicación se opone en principio a la apariencia de que en el resultado o en el fin se manifiesta la cosa en su totalidad. No obstante dichas afirmaciones o aseveraciones no serían adecuadas para establecer una validez respecto a la manera y el modo en que la verdad entendida en términos filosóficos debe exponerse; dichos momentos enumerados serían los adecuados para establecer un prólogo. Como se ve, dicha indicación es aquí, en principio,  el elemento clave que nos permite traspasar el velo de la inmediatez, de la apariencia.



[1] “Sentimientos, intuiciones, apetencias, voliciones, etcétera, en cuanto tenemos conciencia de ellos, son denominados, en general, representaciones; por esto puede decirse, en general, que la filosofía pone, en el lugar de las representaciones, pensamientos, categorías, y más propiamente, conceptos.” G.F. Hegel. Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Trad. al español Eduardo Ovejero y Maury. Juan Pablos Editor. México, D.F. 1974 P.13

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